domingo, 27 de julio de 2014

El modelo, la escuela, el ser humano y el individuo.

  La cultura del hombre basada en el modelo industrial


La revolución industrial, de la mano del capitalismo, arrasó con  el ser, volviendo al hombre objeto- máquina, servidumbre de dinero a destajo, explotado por sus propias manos.
Tan violentado fue el hombre que dejó de rendir y producir ganancias; esto fue tal vez, el llamado de atención para dar paso a nuevos paradigmas en cuanto a “culturas de trabajo”. Por tales hechos parece irreproducible e inaceptable la persistencia de aquellos modelos con la cantidad de derechos obtenidos hoy a través de luchas, aprendizajes socioculturales, pero sobre todo, a través de la gran evidencia empírica que nos han dejado los vulnerados trabajadores desde entonces.
Sin duda el siglo XX ha desenmascarado al hombre y su codicia. No es descabellado pensar que Freud sea uno de los personajes del siglo. Habló del inconsciente, de la acción del hombre más allá de la conciencia. Si miramos en retrospectiva, el siglo XX nos bañó de espanto con las guerras. Y comparado con el trabajo y sus condiciones podrían parecernos problemas menores, esto si nos adentramos en un conformismo histórico.
El siglo XXI nos encuentra en su joven edad por la misma senda, no se habla de prostitución, sino de explotación sexual, esclavitud en zonas rurales, guerras con fines comerciales.
La ética del hombre se encuentra en Jaque, los métodos inauguran la “salvación”.
Las ciencias aseguran el camino, lo exprés es lo cotidiano y como sectas lejanas las miradas introspectivas de profundización del ser, parecen islas de aire de un viaje trascendental, donde las almas sensibles encuentran su refugio, su llama de amor interior y se vuelcan al mundo a jugar su juego en un camino de ida.
No todo lo que brilla es oro, pero tampoco todas las nubes traen agua.
Pareciera que esta era postmoderna nos enfrenta al “cómo”, las anteriores décadas fueron dilucidar los “por qué” dando cuenta de ello y nos iluminaron.
En varios aspectos, hoy debemos descifrar cómo ponerlos en práctica, cómo hacer que  se adecuen, se actualicen aquellas miradas de siglos pasados que persisten e insisten, como organización enferma, en rigidizar los caminos flexibles.
Para hacerlo contamos con miradas transdisciplinarias, antes impensadas, dentro o como parte del modelo educativo.
Contamos con la experiencia histórica, con las nuevas tecnologías, con la capacitación y sobre todo con el modelo sistémico que ha hecho una revolución en la forma de concebir el universo, por ser abarcativo y mostrar la capacidad de lo particular hacía lo general. Todo subsistema es parte de un sistema mayor que a la vez es subsistema. Si la escuela fue creada con y en post del modelo industrial, es momento de cambiar el paradigma ontogénico y revolucionar la célula madre de la educación entendiendo la escuela, y todo lo que en ella acontece, como un laboratorio cultural de incógnitas, subjetividades, en fin, como lugar de encuentro y descubrimientos con el otro.
Contamos con la objetivación de las partes entendidas en un todo. También contamos con entender, codicias, leyes injustas, visiones sesgadas y tanto más.
Es así, que una institución de estas características debe adentrarse e incorporarse a modelos actuales, donde el escuchar al otro no sea “actuar con misericordia” sino reconocer ante todo, un “ser humano” cumpliendo una función específica, tan necesaria ésta, como cualquier otra.
La verticalidad como camino bidireccional para entender roles y la horizontalidad central para saber que siempre tratamos con personas, compañeros, semejantes.
Para ser parte de un todo, debemos conocer las particularidades del mismo. Es así que, si somos guiados, promovidos como también promovedores, desarrollaremos una interconexión funcional, cada uno logrará tomar su parte del todo y desarrollar su potencial haciendo un salto cualitativo.
De esta manera, aparte de valorar y sentirnos valorados creeremos en nuestro hacer diario y dejaremos de tener “el temor” de hacer un “trabajo invisible” y todas las angustias que ello conlleva.
La misión y visión institucional de la escuela deben pasar a ser un aspecto tangible, práctica real y natural, no solo pensado hacia el afuera, sino también hacia adentro.

El camino es largo, el desafío, la motivación de volver a un hombre íntegro, al ser humano, en su máximo potencial promoviendo salud, creatividad, mirada crítica, ética, desafíos, corporeidad proporcionando los espacios para que la escuela sea su hábitat natural.







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