La cultura del hombre basada en el modelo
industrial
La revolución
industrial, de la mano del capitalismo, arrasó con el ser, volviendo al hombre objeto- máquina,
servidumbre de dinero a destajo, explotado por sus propias manos.
Tan violentado fue el
hombre que dejó de rendir y producir ganancias; esto fue tal vez, el llamado de
atención para dar paso a nuevos paradigmas en cuanto a “culturas de trabajo”.
Por tales hechos parece irreproducible e inaceptable la persistencia de
aquellos modelos con la cantidad de derechos obtenidos hoy a través de luchas,
aprendizajes socioculturales, pero sobre todo, a través de la gran evidencia
empírica que nos han dejado los vulnerados trabajadores desde entonces.
Sin duda el siglo XX
ha desenmascarado al hombre y su codicia. No es descabellado pensar que Freud
sea uno de los personajes del siglo. Habló del inconsciente, de la acción del
hombre más allá de la conciencia. Si miramos en retrospectiva, el siglo XX nos
bañó de espanto con las guerras. Y comparado con el trabajo y sus condiciones
podrían parecernos problemas menores, esto si nos adentramos en un conformismo
histórico.
El siglo XXI nos
encuentra en su joven edad por la misma senda, no se habla de prostitución,
sino de explotación sexual, esclavitud en zonas rurales, guerras con fines
comerciales.
La ética del hombre
se encuentra en Jaque, los métodos inauguran la “salvación”.
Las ciencias aseguran
el camino, lo exprés es lo cotidiano y como sectas lejanas las miradas
introspectivas de profundización del ser, parecen islas de aire de un viaje
trascendental, donde las almas sensibles encuentran su refugio, su llama de
amor interior y se vuelcan al mundo a jugar su juego en un camino de ida.
No todo lo que brilla
es oro, pero tampoco todas las nubes traen agua.
Pareciera que esta
era postmoderna nos enfrenta al “cómo”, las anteriores décadas fueron dilucidar
los “por qué” dando cuenta de ello y nos iluminaron.
En varios aspectos,
hoy debemos descifrar cómo ponerlos en práctica, cómo hacer que se adecuen, se actualicen aquellas miradas de
siglos pasados que persisten e insisten, como organización enferma, en
rigidizar los caminos flexibles.
Para hacerlo contamos
con miradas transdisciplinarias, antes impensadas, dentro o como parte del
modelo educativo.
Contamos con la
experiencia histórica, con las nuevas tecnologías, con la capacitación y sobre
todo con el modelo sistémico que ha hecho una revolución en la forma de
concebir el universo, por ser abarcativo y mostrar la capacidad de lo
particular hacía lo general. Todo subsistema es parte de un sistema mayor que a
la vez es subsistema. Si la escuela fue creada con y en post del modelo
industrial, es momento de cambiar el paradigma ontogénico y revolucionar la
célula madre de la educación entendiendo la escuela, y todo lo que en ella
acontece, como un laboratorio cultural de incógnitas, subjetividades, en fin,
como lugar de encuentro y descubrimientos con el otro.
Contamos con la
objetivación de las partes entendidas en un todo. También contamos con
entender, codicias, leyes injustas, visiones sesgadas y tanto más.
Es así, que una
institución de estas características debe adentrarse e incorporarse a modelos
actuales, donde el escuchar al otro no sea “actuar con misericordia” sino
reconocer ante todo, un “ser humano” cumpliendo una función específica, tan
necesaria ésta, como cualquier otra.
La verticalidad como
camino bidireccional para entender roles y la horizontalidad central para saber
que siempre tratamos con personas, compañeros, semejantes.
Para ser parte de un
todo, debemos conocer las particularidades del mismo. Es así que, si somos
guiados, promovidos como también promovedores, desarrollaremos una
interconexión funcional, cada uno logrará tomar su parte del todo y desarrollar
su potencial haciendo un salto cualitativo.
De esta manera,
aparte de valorar y sentirnos valorados creeremos en nuestro hacer diario y
dejaremos de tener “el temor” de hacer un “trabajo invisible” y todas las
angustias que ello conlleva.
La misión y visión
institucional de la escuela deben pasar a ser un aspecto tangible, práctica real
y natural, no solo pensado hacia el afuera, sino también hacia adentro.
El camino es largo,
el desafío, la motivación de volver a un hombre íntegro, al ser humano, en su
máximo potencial promoviendo salud, creatividad, mirada crítica, ética,
desafíos, corporeidad proporcionando los espacios para que la escuela sea su
hábitat natural.
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