Maduran de nuestros fracasos, se
engordan con nuestras angustias, afilan sus punciones, esperan que la realidad
gatille y plaff.
Siempre
bien vestidos de transparencia, logran infiltrarse entre los dedos de nuestro
stop.
Ni espíritus, ni copas, ni capas. Son alterantes, también altaneros. Viven mientras uno le da vida y en todo caso, adoran nuestra vida. Son rebusques de un exiliado, de un olvido. Son sinónimos de “no pasa nada”, aunque siempre nos encuentran prestándole pulsaciones de temor.
Ni espíritus, ni copas, ni capas. Son alterantes, también altaneros. Viven mientras uno le da vida y en todo caso, adoran nuestra vida. Son rebusques de un exiliado, de un olvido. Son sinónimos de “no pasa nada”, aunque siempre nos encuentran prestándole pulsaciones de temor.
Psicólogos y
otros brujos han intentado cauterizarlos, han intentado ponerles nombres y
darles entidad grandilocuente. Vidas pasadas, mensajes no enviados, casas y ciudades
encantadas, hasta plazas desoladas con hamacas en movimiento. Por qué no,
religiones. Radares, satélites, sirenas, crucifijos y antorchas han hecho de
los fantasmas cuestiones de estado.
Nadie quiso
ver la tela de juicio del “psiquiátrico”, “filósofo” del “distraído” también “los
físicos” nadie quiso ver. Nadie quiso ver los propios miedos personificados que
se inventaron imposibles para darnos un buen trago de tormento en cada esquina,
en cada camino, en cada intento de cercanía.
Vienen a saludarnos sonrientes y
perversos con caricias de trueno. Vienen
a nuestro llamado, por el gran temor que nos da,
abrir la puerta de la
felicidad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario