miércoles, 25 de septiembre de 2013

Palabras... ¿Para qué?

Esa sensación en el pecho que carga de duda es el miedo. Es la soledad y también la nostalgia. El único pasado que queda es el de las cicatrices. Lo que no es importante se pierde y queda lo que no pudimos o no quisimos enfrentar. No hablo de lo "malo" exclusivamente. También queda en el pasado la nostalgia por la felicidad. Ser felices es saber que dejaremos de serlo. Es la conciencia de lo que ya no es y su búsqueda exhaustiva para reponerlo.
No podemos elegir el pasado, el momento de las elecciones no tomadas ya pasó. Sólo queda hacernos cargo de las decisiones que tomamos. ¿Cuándo? Yo pienso que a cada momento. Que uno está en constante negociación con las cosas que hizo o dejo de hacer. Cada vez estoy más convencido de que el error y el acierto no tienen que ver con lo importante en la vida...
Es lo mismo, hacer las cosas bien o mal. Porque sólo se vive con su consecuencia.
No estamos listos para dejar pasar las cosas que hicimos mal por la necesidad de sentir culpa. Por la necesidad de castigo que supuestamente merecemos cuando no hacemos las cosas como los demás las esperan. O peor: como nosotros esperamos. Es como cuando de chicos se nos cae un vaso, se rompe y no parece alcanzar la molestia que da la sensación de caos esa que tiene en nosotros ver algo destrozado. Sino que también mama y papa tienen que reforzar nuestra torpeza y enojarse. Hasta castigar el acontecimiento para reforzar lo terrible de perder el control... el orden. Estamos entrenados para que las reglas nos marquen un supuesto camino a la trascendencia.
Por otro lado hacer las cosas bien significa contentarse con una rigidez que no es tal. Me refiero a que el tiempo habitualmente  hace que lo que esta bien ahora no lo este en un par de segundos y hacer las cosas bien, de manera correcta, nos ata a la responsabilidad de mantenerlas así a cualquier costo. El acierto no puede durar in aeternum; de igual manera pasa con el error.
Pero hay algo más que error o acierto. ¿No?
Nadie puede negar que ha vivido sus cinco minutos de felicidad.
Me arriesgo a decir que el peso de vivir humanos no es tan agotador cuando conectamos. Cuando ese algo místico o inconsciente nos libera del deber ser y nos regala conexión.
Conexión con el momento, con sus olores, con sus sensaciones. La desaparición del tiempo ordenado. El olor a mañana de juventud. Lo innecesario de entender. De conformarse. Porque entender es conformarse. Dejar afuera el todo para tomar una parte.
No se puede escapar a la búsqueda de la felicidad y a la vez es imposible llegar a encontrarla. Nunca se halla lo que se busca, diría yo que uno encuentra sólo una imagen de eso que desea. Sólo cuando somos sorprendidos por lo que pasa sin la expectativa de lo que debería ser se produce la conexión y el placer o felicidad.
Será que la expectativa es la enemiga a vencer.
Será que uno puede jugar a no esperar nada del otro. Será que uno puede no anticipar lo que debe ocurrir. Hoy nos toca el hoy con lo que quedo de ayer. Mañana habrá que repetir el ritual sin que esto sea una carga sino otra posibilidad.
Sería el deseo de querer jugar, la determinación de animarse a hacerlo y a la vez no esperar ganar nunca.
Pero cuidado con las palabras amigo: Jugar con z es juzgar.









G.G

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