Se comienza con el sentir del todo a través de la piel. Pueden ser las manos, los labios, una nalga o porque no también, el pezón.
Se desliza el cuerpo sobre la superficie de piel ajena. En movimientos circulares, digitando los dedos como si se tocara el piano en forma ascendente y descendente o como se proyecte el desplazamiento. Dejar que la mano presente una autonomía tal, que ni siquiera el cerebro o algún pensamiento puedan controlar el dispositivo de caricias tegumentario. Lo puede hacer por minutos, horas, meses o quizás toda la vida, si es que junta los fragmentos de caricias paulatinas, intensas e interrumpidas.
Pero esto si que deben saberlo. Para acariciarte a vos, a tu rostro recién perfumado, a tu pelo rebelde, a tu espalda infinita, a tus piernas cansadas y a tu pecho contenedor; para acariciarte a vos, si que no alcanza con todas las instrucciones dadas.
El acariciador deberá mirar profundamente a los ojos, paseará con su piel por sobre la piel deseada en un callejón con mil salidas, ya nunca volverá a recorrerla del mismo modo. En ese instante, sentirá que jamas será enjaulado en lo banal. Respirará de otra manera, pensará de otro modo y lo más grave, disfrutará de no pensar. No se quedará sólo, dormirá en ocasos y finalmente vivirá un sueño abierto en la cima de aquellos labios ansiados.
Cecilia Cernadas
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