jueves, 21 de febrero de 2013

Engañador


Me senté, mire alrededor y me di cuenta que el café bar "La Cite" era lo suficientemente parecido a mi búnker allá en Boedo. Quizá ahí podría escribir algo más que esos telegramas que enviaba a la redacción del diario todos los martes. Pensar que en una época me imagine a mi mismo siendo un escritor de novelas, uno de esos escritores que definen una generación o un periodo. En el 2003 publique una antología de cuentos, bastante simpática, y ahí un cuento que quizá alguno de ustedes conozca (de un equipo de fútbol).  Monumental" era el nombre del equipo y del cuento. Bueno en definitiva y sin intenciones de aburrirlos. Tuvo un cierto éxito luego que lo adaptaran para una serie de unitarios que daban en la tele abierta. Ahí fue cuando el diario me ofreció escribir una columna quincenal. - Cuentos, historias como la de "Monumental", algo como eso Manuel - me dijo engañosamente el editor.
Por esos días todo era cuesta arriba, mucho laburo. Y mucho laburo lo hace a uno más proliferó o por lo menos así lo pienso yo.
Pero eso no puede durar, sobretodo cuando las especificaciones; las condiciones empiezan a ser cada vez mayores: que 500 palabras, que 400, que menos rebuscado en la escritura. Podría seguir, tal como siguieron.
Cuando el círculo entre éxito y arte diluye lo que uno escribe para comercializarlo, para darle llegada. Pasa lo que paso... Y no es que le hecho la culpa a los demás, yo tengo la responsabilidad. Esa de ir concediendo de a poco... hasta que ese de a poco es demasiado.

Con el tiempo, un par de años de una nada increíble, y sin otras excusas importantes me dije a mi mismo que era hora de irme, de viajar. De encontrar lo que había perdido aquí en otro lugar. Que es como buscar las llaves que perdí acá en Buenos Aires en una mesa que esta en Pekín.
El hecho de viajar supone que uno se pone más en contacto con el mundo. Así lo dicen y así lo he repetido. Tanto que me he engañado por mucho tiempo. A mi viajar me pone en un estado increíble: un estado de conciencia de mi idiosincrasia y mis afectos, hasta místico si se me diera por regalar adjetivos.
Me hace sentir bien, feliz... pero no me conecta con ningún mundo. Va con ninguno de estos mundos. Porque mi mundo esta allá. Al fin y al cabo parece que soy una persona de esas... De esas enamoradas de su país incondicionalmente: nacionalista porteño de pacotilla. Me gusta mi café con sabor a sarro que me sirve Analia en lo de Omar. Me gusta que me den ese jugo de naranja horrible al que llaman exprimido y sobretodo y acá estoy dispuesto a discutir con cualquiera, las mejores medialunas que existen en el universo que son argentinas y que justifican en un 60 por ciento mi adopción del bar de Omar. Porque acá son Croissant y tienen forma de medialuna. Me dirán con genuina autoridad que son originarias de Europa pero medialunas son las que yo disfruto empapando en mi horrible café con leche, va lágrima doble, así es como la pido. Esa que chorrea líquido y me mancha el bigote y la camisa.
Es que viajar alcanza para satisfacer la ilusión de que no pertenezco al común del ciudadano argentino. Es mi renuncia necesaria para poder sentirme artista, persona sensible o superior, jajaja eso no lo repitan. Eso que era cuando empece.

Aca hasta el simple sonido de un tango y miren que odio el tango. Me producen una mezcla de orgullo y nostalgia.


Eso para empezar, y para seguir hace ya tres semanas que me fui y me di cuenta de que el mundo es mi mundo y el resto es lo que que lo rodea. La frontera, el cinturón exterior. Un lugar fuera de mis días. Europa tiene todo esto de bello y antiguo que no hace mas que cargarme de pasados. Los míos y los de otros tantos zapallos como yo.

Pero ojo, eso si, soy capaz de ver que para todos es igual, que no hay forma de escapar. Por ejemplo la señora que vive al lado del departamento que alquilo acá en Barcelona me habla y me cuenta las cosas desde esa sensación: que Cataluña esto, que España aquello y yo la entiendo, entiendo sus palabras y hasta su ideología Ella es muy simpática, pero ahí termina todo, en entender, en mi capacidad de empatía. Pero son palabras y pensamientos vacíos, porque por más que quiera todo es parte de mi engaño. Porque sólo la puedo entender desde mi mundo, entonces la tengo que maquillar. La tengo que transformar en mi tía Hilda. La tengo que adaptar.Por eso la elección del bar debe hacerme sentir allá, para que mi engaño sea lo suficientemente fuerte para que el telegrama que llamo historia tenga por lo menos ese algo más que me pido a mi mismo. Para empezar a desandar las concesiones. De a una tal como llegaron.
Hay un pensamiento que se adueña cada vez mas de mi: sólo puedo ser cuando estoy en mi mundo. Llega cuando estoy lejos. Podría haber llegado allá.
Ya se que esa afirmación me hace uno más; me hace menos intelectual; me hace más sentido común; mas de esa idiosincrasia que odio y amo. Por eso mi intento y juro que estoy intentando ser lo suficientemente normal y lo suficientemente distinto.
- Che este café esta bueno, demasiado para mi gusto...



G.G




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