jueves, 20 de febrero de 2014

El laberinto del uno.

El sueño empieza conmigo en la entrada del laberinto. Para mi sorpresa cuando me adentro camino al centro se exactamente hacia donde me dirijo. Es como si ya supiera de antemano donde hacer los giros, como si el camino fuese uno escrito en algún pasado y condenado a repetirse hasta el cambio.
 Estoy vestido con una túnica que al parecer fue blanca pero que esta gastada y tiene ese color que el uso le da a las cosas claras. Tengo una espada en mi cinturón y unas sandalias de cuero. Se que soy yo porque reconozco mis manos. Pero a la vez siento una confianza y una energía que me es extraña.
Cuando llego al centro del laberinto encuentro al minotauro sentado en un banco de mármol. Tiene una mirada nostálgica, no se ha percatado de mi llegada y se claramente que algo lo tiene a mal traer. Caigo en la cuenta de que a pesar de los rasgos animales de la cabeza puedo leerlo en la humanidad de sus gestos. Pero yo ya he visto esta imagen y se que es lo que sigue.
Carraspeo la garganta tratando de hacerme sentir y el me mira entre extrañado, feliz y sorprendido;se pone de pie.
Con esa extrañeza que tienen los sueños siento una paz que no se condice con la situación. Debería sentir la adrenalina del inminente combate, debería agarrar la espada y acostumbrarme a su peso antes de intentar blandirla, pero no esta vez, estoy inmóvil. Inmóvil y tranquilo. Hay algo más, algo que me perturba aún más. Siento felicidad. Una felicidad que me desborda y que esta fuera del guión tantas veces ensayado. Entiendo que mi misión no involucra la espada, ni la palabra. Mi misión es la de ofrecer una alternativa. 
El minotauro esta parado inmóvil frente a mi y si alguien nos viera de afuera pensaría que el tiempo se ha detenido, y en realidad así es.
Logró entender al mirar su cara que se encuentra bloqueado. 
Yo debo ser la única persona que  acomete la empresa de atravesar el laberinto en siglos, y al fin lo ha entendido. Ha estado siglos a mi espera y sabe que ahora debe hacer lo que lo define, lo que lo hace hijo y regidor del laberinto. Pero también sabe que esta es una oportunidad rara y hasta única de cambiar algo. Años de pensamientos y de soledad van en contra de cualquier instinto; si a esto le agregamos lo cíclico del tiempo en el sueño aparece lo plausible. 
Toda su existencia es ahí: lo que es lo encarcela. Entiende por primera vez de miedo y de humanidad. Entiende que esta vez el encuentro ha cambiado todo. 
Pero nadie puede enfrentar al infinito sin sentir algo de vértigo.  
Extiendo los brazos y digo: hola, me gustaría que me acompañes a la salida del laberinto, me llamo Galus y ¿tu nombre es?
Después todo se hace más borroso y de nuestras historias juntos poco se sabe o se sabrá.
Los sueños son a veces disfraces, a veces deseos. A veces procesos.
Pero los sueños, sueños son y hay siempre la posibilidad de despertarse y obrar en consecuencia.

G.G

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